Festival Dando Vida a la Muerte.
Compartimos vida y experiencia en nuestras historias de despedidas
En este blog queremos recoger las comunicaciones, experiencias, reflexiones de todos aquellos que nos dedicamos a cuidar a las personas en el final de la vida.
Festival Dando Vida a la Muerte.
Compartimos vida y experiencia en nuestras historias de despedidas
¿Miedo a la muerte?
Estos días en que en todos nuestros pueblos y
comunidades recordamos a nuestros seres queridos muertos son probablemente el
único momento del año en el que hablamos de la muerte y la tenemos presente.
Son estos días también la única ocasión en que muchos de nosotros vamos a los
cementerios a recordar a esos seres queridos; paradójicamente, se da la
circunstancia este año de que no podremos acudir a varios de ellos debido a las
restricciones de movilidad derivadas de la pandemia de COVID-19. En nuestra
sociedad, la muerte sigue siendo ese elefante en la habitación que todo el
mundo percibe y nadie habla de él.
No perdamos la oportunidad que este tiempo
nos brinda para mirarla de frente y superar el temor. Esto nos ayudará, seguro,
a amar más la vida y a vivirla con más plenitud.
Este temor a la muerte tan universal presenta
múltiples matices. Hablando con las personas que están en el final de su vida,
en servicios de cuidados paliativos, y con sus seres queridos, nos damos cuenta
de que hay que distinguir cuatro esferas diferentes que nos hablan de temores
distintos. Unas en relación a la muerte como acontecimiento, como un hecho. Y
otras con el morir como un proceso por el cual se llega a la muerte. De otro
lado cuando se trata de la experiencia propia o de la de los demás.
Encontramos un primer temor en el concepto de
la “muerte propia”, que enfrenta el temor a la soledad, a la cortedad
de la vida y a algo nunca experimentado.
Cercano, pero distinto del anterior, se halla
el “propio morir”, donde radica el miedo a sufrir dolor y otros
síntomas, a la degeneración intelectual, a la pérdida del control y
al dolor que sufrirán los que queremos en nuestra ausencia.
En tercer lugar, se puede citar la “muerte de
los otros”, que nos confronta con el miedo a la pérdida de los íntimos, a
no poder volver a comunicarnos con ellos y al sentimiento de soledad que
nos queda.
El último de los temores relativos a la
muerte radica en el “morir de los otros”, que nos pone ante al temor a ver
su sufrimiento o a tener que estar ahí presentes.
Esta deconstrucción del miedo a la muerte nos
puede ayudar a preguntarnos cuáles son nuestros auténticos temores. Sólo cuando
los identificamos podemos desarrollar las estrategias para afrontarlos o
acompañarlos en nosotros mismos y en los demás.
Aunque, tal vez sea necesario primero saber
si es temor a la muerte o ansiedad ante ella. Indaguemos un poco
más en esta disyuntiva.
El temor, el miedo, es una emoción humana,
universal y que tiene un objeto específico que me provoca esta emoción y que
puede ser conocido y analizado. Nos permite posicionarnos ante él y
transcenderlo; ir más allá, cultivando el valor.
Sin embargo, la ansiedad no tiene un objeto
definido o nace de su negación. Ante esta ansiedad nos sentimos impotentes y
desvalidos, incapaces de afrontarla y en muchas ocasiones recurriendo a
medicación.
El filósofo Paul Tillich clasificó esta
ansiedad ante la muerte en tres tipos. En un primer lugar, describió la
ansiedad ante el destino y la muerte. (“Ansiedad de muerte”). En segundo lugar, ubicó a la ansiedad ante
el vacío y la pérdida de sentido. (“Ansiedad del sinsentido”). Por último, estableció la ansiedad ante
la culpa y la condenación. (“Ansiedad de condenación”).
Nuestra cultura
lleva intentando vivir de espaldas a la muerte ya demasiado tiempo y esto nos
ha privado de desarrollar las herramientas internas para afrontar una de las
experiencias más importantes de un ser humano: el morir y la muerte.
Dice Irvin D. Yalom en su libro Mirar al sol: «El sol y la
muerte, dos cosas que no se pueden mirar de frente»; sin embargo, cada primero de
noviembre tenemos esta oportunidad de mirar de frente a la muerte, aunque sea
brevemente. Y después miremos dentro de nosotros mismos lo que su presencia nos
provoca ¡Ojalá descubramos el mensaje que nos trae a cada uno!
El vivir lo relacionamos en muchas ocasiones
con un camino. Lo que nos mantiene en camino es el sentido. Si nos falta, no
importa cuánto camino nos quede por recorrer, éste se hace muy difícil de
transitar y a veces a desear esa temida muerte. La muerte, su mera existencia,
nos puede ayudar a amar más la vida y nos reta a que nuestras vidas tengan
sentido y al final podamos unir nuestra palabra a la del poeta y decir: «Confieso
que he vivido».
Las cifras de muertos son hoy el pan de cada
día de las noticias de la pandemia. No permitamos que esto nos hunda en la desesperanza,
sino que nos comprometa con la vida, la propia, la de los otros y otras, la de
todos. Y así, al final, todo habrá tenido sentido. Y la vida, no la muerte,
seguirá siendo lo importante. Y el primero de noviembre será un memorial por la
vida (no por la muerte) de los que hemos querido.
En memoria de quienes hemos dejado ir. Nos resistimos. No queremos aceptarlo. No queremos perder. Nos asusta el dolor. Y sin embargo, la mue...