miércoles, agosto 28, 2019

EL MISTERIO
¿Por qué?
Nos preguntamos
mientras el dolor
inunda la perplejidad.
¿Por qué?
Gritamos
y no sabemos a quién
aunque nos gustaría saberlo.
¿Por qué?
Repetimos en nuestro cerebro
como quien en caida libre
busca algo a lo que aferrarse.
¿Por qué?
Quiero seguir preguntando.
me resisto a aceptarlo.
Hoy prefiero la pregunta
la rabia
el dolor.
¿Por qué?
Si acaso hay Dios
¿Dónde se ha metido?
¡Da la cara!
Quiero gritarle.
¿Por qué?
Y sólo hay silencio
y unos ojos rojos
y una boca reseca
y un nudo en le corazón.
¿Por qué?
Es lo único que me queda.
Dos palabras.
El resto
parece haber desaparecido.
¿Por qué?
Está oscuro.
Siento frío.
Es el misterio
y me envuelve.
A el me entrego,
en el me recojo.
Aferrado a la esperanza.
¿Por qué?
CUANDO EL DOLOR LLAMA A LA PUERTA DE LOS PROFESIONALES
Somos profesionales que acompañamos a personas que sufren. Hemos aprendido a hacerlo tras años de formación y de trabajo cerca de las personas que viven situaciones de sufrimiento.
Pero ¿Qué pasa cuando el que sufre es un compañero? ¿Qué hacemos con el dolor que su dolor nos produce? ¿Qué hacemos con lo que nos mueve dentro?
Cada día enfrentamos el dolor y el sufrimiento, permanecemos al lado de los dolientes, les sostenemos, les acompañamos en sus tinieblas. Estamos convencidos que ayudarles a conectar con su dolor y a ahondar en su experiencia es el camino de su sanación. Y les vamos llevando en ese itinerario, camino de las profundidades. Somos testigos de su dolor, de cómo se derrumban y de cómo van sanando. Nos colocamos a su lado desde la empatía, descendemos a su lado al lugar de sus heridas, pero sin perder la perspectiva. Sabemos diferenciar las suyas de las nuestras. La formación, el entrenamiento y sobre todo el trabajo personal nos ayudan en esa tarea.
Sin embargo cuando el doliente es un compañero todo es más complejo. Su dolor, nuestro dolor. Su vulnerabilidad y nuestra vulnerabilidad. Todo se entremezcla de modo que nos es difícil encontrar nuestro lugar.
Tenemos la tentación de poner en juego nuestro recursos profesionales para ayudarle y enseguida (ojalá sea así) nos damos cuenta de lo equivocados que estamos. Estamos demasiado cerca, demasiado implicados. No es la hora de los profesionales. Es la hora de los amigos y compañeros.
Estamos para estar cerca. Para escuchar si quiere hablar, para abrazar si es lo que necesita, para reír si es necesario y para llorar. No necesita nuestra profesión, no necesita nuestras habilidades. Tan sólo necesita nuestra presencia.
Y cuando nos quedamos solos. Y nuestra mente no deja pensar en su dolor y en el nuestro. Cuando no podemos evitar identificarnos con su dolor y su vulnerabilidad. Entonces nos decimos que tenemos que cuidarnos, que tal vez lo mejor sea aprender a desconectar…
… evitar el dolor, distraernos, ocupar la mente, el tiempo… separarnos de lo que sentimos… Mañana hay que volver al trabajo - nos decimos - Debemos estar emocionalmente disponibles para las personas que atendemos habitualmente. No nos podemos permitir perdernos en nuestras propias emociones…
Es como si todo lo que hemos aprendido e incluso afirmamos cuando damos formación y charlas se nos hubiera olvidado o como si sólo sirviera para otros, pero no para nosotros. Y es que nuestro escudo protector, nuestra ilusamente creída sensación de invulnerabilidad, ha caído y con ella nosotros. Somos vulnerables. No es que no lo supiéramos. No es eso. Pero intentábamos hacer como si así fuera. Y ahora ya no podemos.
Ante nosotros se abre una disyuntiva. O huimos del dolor y nos ponemos una coraza y hacemos como si no nos afectara. O penetramos de lleno en la experiencia, en lo que se mueve en nuestro interior y aprovechamos este dolor como cauce para crecer, para sanar las propias heridas, para ser más humanos y así y sólo así mejores profesionales. El camino no es la desconexión. La clave es conectar. No son las estrategias para desconectar las que nos ayudarán, sino aquellas que nos permitan entrar, conectar, ahondar en la experiencia que estamos haciendo.
¿Quién cuida de los cuidadores? ¿Cómo nos cuidamos entre nosotros? ¿Ponemos en práctica todo lo que ofrecemos a los otros? Es la hora de cuidarnos, de compartir lo que sentimos, de fortalecer el equipo y las relaciones. Es la hora de los sanadores heridos. Es la hora de hacer real aquello que es la base de nuestro modelo de trabajo. Es la hora de la hospitalidad, de la presencia y la compasión. Con nosotros mismos y con nuestros compañeros de trabajo.
UN DECÁLOGO PARA CUIDAR DE LAS PERSONAS (QUE SUFREN) 

1.- “ESTÉS PRESENTE”
 Cuando acompañes a una persona haz acto de presencia. Con todo tu ser, aquí y ahora.

 2.-ACOMPAÑA EN CLAVE DE CRECIMIENTO
 El/ ella - como tú mismo - está en crecimiento - en cambio permanente - no te centres en la meta, valora el camino. Lo importante es caminar.

 3.- TRANSMITE TUS VALORES (QUE TE AYUDAN A VIVIR)
 Háblale de lo que te ayuda. Dale tu experiencia y tus valores y tus convicciones y junto a ellas tus dudas. Todo eso forma tu tesoro.

 4.- ATIENDE - PRESTA ATENCIÓN – A AQUELLO QUE TE MUEVE (TU ESPÍRITU)
 Siempre está. Déjale hablar y que te ayude a comprender lo que acontece en el cuidado de las personas. El espíritu que te mueve está ahí llenando el espacio entre ambos.

 5.-SAL A BUSCARLE CUANDO SE PIERDA
 Toma la iniciativa. Cuidar no es estar a la espera, implica dinamismo. A veces tocará salir a buscarle/a.

 6.-GUARDA SILENCIO
 Crea el espacio para acoger sin excluir. Su vida, sus emociones. Es su tesoro en vasija de barro.

 7.-DEJA QUE SU VIDA TE HABLE
 Su vida te habla. ¿Qué te dice?. Abre tu mente y tu corazón.

 8.-GUARDA EN TU CORAZÓN
 Conserva viva la memoria de estos encuentros. Son también fuente de energía y sanación para ti.

 9.-APRENDE UNA NUEVA RELACIÓN.
 Cuidado/a y cuidador/a cambian en el camino y la relación se hace nueva … y cada uno es nuevo.

 10.-SIGUE PRESENTE
 ¡Permanece! Con esta persona... y las que vendrán.

AMAR HASTA QUE DUELA

  En memoria de la señora Luz María que me pagaba la consulta médica con 2 huevitos de gallina. Dar de lo que necesito. Dar sin medida, s...