miércoles, agosto 28, 2019

CUANDO EL DOLOR LLAMA A LA PUERTA DE LOS PROFESIONALES
Somos profesionales que acompañamos a personas que sufren. Hemos aprendido a hacerlo tras años de formación y de trabajo cerca de las personas que viven situaciones de sufrimiento.
Pero ¿Qué pasa cuando el que sufre es un compañero? ¿Qué hacemos con el dolor que su dolor nos produce? ¿Qué hacemos con lo que nos mueve dentro?
Cada día enfrentamos el dolor y el sufrimiento, permanecemos al lado de los dolientes, les sostenemos, les acompañamos en sus tinieblas. Estamos convencidos que ayudarles a conectar con su dolor y a ahondar en su experiencia es el camino de su sanación. Y les vamos llevando en ese itinerario, camino de las profundidades. Somos testigos de su dolor, de cómo se derrumban y de cómo van sanando. Nos colocamos a su lado desde la empatía, descendemos a su lado al lugar de sus heridas, pero sin perder la perspectiva. Sabemos diferenciar las suyas de las nuestras. La formación, el entrenamiento y sobre todo el trabajo personal nos ayudan en esa tarea.
Sin embargo cuando el doliente es un compañero todo es más complejo. Su dolor, nuestro dolor. Su vulnerabilidad y nuestra vulnerabilidad. Todo se entremezcla de modo que nos es difícil encontrar nuestro lugar.
Tenemos la tentación de poner en juego nuestro recursos profesionales para ayudarle y enseguida (ojalá sea así) nos damos cuenta de lo equivocados que estamos. Estamos demasiado cerca, demasiado implicados. No es la hora de los profesionales. Es la hora de los amigos y compañeros.
Estamos para estar cerca. Para escuchar si quiere hablar, para abrazar si es lo que necesita, para reír si es necesario y para llorar. No necesita nuestra profesión, no necesita nuestras habilidades. Tan sólo necesita nuestra presencia.
Y cuando nos quedamos solos. Y nuestra mente no deja pensar en su dolor y en el nuestro. Cuando no podemos evitar identificarnos con su dolor y su vulnerabilidad. Entonces nos decimos que tenemos que cuidarnos, que tal vez lo mejor sea aprender a desconectar…
… evitar el dolor, distraernos, ocupar la mente, el tiempo… separarnos de lo que sentimos… Mañana hay que volver al trabajo - nos decimos - Debemos estar emocionalmente disponibles para las personas que atendemos habitualmente. No nos podemos permitir perdernos en nuestras propias emociones…
Es como si todo lo que hemos aprendido e incluso afirmamos cuando damos formación y charlas se nos hubiera olvidado o como si sólo sirviera para otros, pero no para nosotros. Y es que nuestro escudo protector, nuestra ilusamente creída sensación de invulnerabilidad, ha caído y con ella nosotros. Somos vulnerables. No es que no lo supiéramos. No es eso. Pero intentábamos hacer como si así fuera. Y ahora ya no podemos.
Ante nosotros se abre una disyuntiva. O huimos del dolor y nos ponemos una coraza y hacemos como si no nos afectara. O penetramos de lleno en la experiencia, en lo que se mueve en nuestro interior y aprovechamos este dolor como cauce para crecer, para sanar las propias heridas, para ser más humanos y así y sólo así mejores profesionales. El camino no es la desconexión. La clave es conectar. No son las estrategias para desconectar las que nos ayudarán, sino aquellas que nos permitan entrar, conectar, ahondar en la experiencia que estamos haciendo.
¿Quién cuida de los cuidadores? ¿Cómo nos cuidamos entre nosotros? ¿Ponemos en práctica todo lo que ofrecemos a los otros? Es la hora de cuidarnos, de compartir lo que sentimos, de fortalecer el equipo y las relaciones. Es la hora de los sanadores heridos. Es la hora de hacer real aquello que es la base de nuestro modelo de trabajo. Es la hora de la hospitalidad, de la presencia y la compasión. Con nosotros mismos y con nuestros compañeros de trabajo.

No hay comentarios:

AMAR HASTA QUE DUELA

  En memoria de la señora Luz María que me pagaba la consulta médica con 2 huevitos de gallina. Dar de lo que necesito. Dar sin medida, s...