sábado, noviembre 07, 2020

HISTORIAS DE DESPEDIDAS. DANDO VIDA A LA MUERTE

ALBA PAYAS Y JULIO GOMEZ 

Festival Dando Vida a la Muerte.

Compartimos vida y experiencia en nuestras historias de despedidas

CUIDAR


CUIDAR AL CUIDADOR

Con motivo del día internacional de los cuidadores...

¿MIEDO A LA MUERTE?

 

¿Miedo a la muerte?

 

Estos días en que en todos nuestros pueblos y comunidades recordamos a nuestros seres queridos muertos son probablemente el único momento del año en el que hablamos de la muerte y la tenemos presente. Son estos días también la única ocasión en que muchos de nosotros vamos a los cementerios a recordar a esos seres queridos; paradójicamente, se da la circunstancia este año de que no podremos acudir a varios de ellos debido a las restricciones de movilidad derivadas de la pandemia de COVID-19. En nuestra sociedad, la muerte sigue siendo ese elefante en la habitación que todo el mundo percibe y nadie habla de él.

 

No perdamos la oportunidad que este tiempo nos brinda para mirarla de frente y superar el temor. Esto nos ayudará, seguro, a amar más la vida y a vivirla con más plenitud.

 

Este temor a la muerte tan universal presenta múltiples matices. Hablando con las personas que están en el final de su vida, en servicios de cuidados paliativos, y con sus seres queridos, nos damos cuenta de que hay que distinguir cuatro esferas diferentes que nos hablan de temores distintos. Unas en relación a la muerte como acontecimiento, como un hecho. Y otras con el morir como un proceso por el cual se llega a la muerte. De otro lado cuando se trata de la experiencia propia o de la de los demás.

 

Encontramos un primer temor en el concepto de la “muerte propia”, que enfrenta el temor a la soledad, a la cortedad de la vida y a algo nunca experimentado.

 

Cercano, pero distinto del anterior, se halla el “propio morir”, donde radica el miedo a sufrir dolor y otros síntomas, a la degeneración intelectual, a la pérdida del control y al dolor que sufrirán los que queremos en nuestra ausencia.

 

En tercer lugar, se puede citar la “muerte de los otros”, que nos confronta con el miedo a la pérdida de los íntimos, a no poder volver a comunicarnos con ellos y al sentimiento de soledad que nos queda.

 

El último de los temores relativos a la muerte radica en el “morir de los otros”, que nos pone ante al temor a ver su sufrimiento o a tener que estar ahí presentes.

 

Esta deconstrucción del miedo a la muerte nos puede ayudar a preguntarnos cuáles son nuestros auténticos temores. Sólo cuando los identificamos podemos desarrollar las estrategias para afrontarlos o acompañarlos en nosotros mismos y en los demás.

 

Aunque, tal vez sea necesario primero saber si es temor a la muerte o ansiedad ante ella. Indaguemos un poco más en esta disyuntiva.

 

El temor, el miedo, es una emoción humana, universal y que tiene un objeto específico que me provoca esta emoción y que puede ser conocido y analizado. Nos permite posicionarnos ante él y transcenderlo; ir más allá, cultivando el valor.

 

Sin embargo, la ansiedad no tiene un objeto definido o nace de su negación. Ante esta ansiedad nos sentimos impotentes y desvalidos, incapaces de afrontarla y en muchas ocasiones recurriendo a medicación.

 

El filósofo Paul Tillich clasificó esta ansiedad ante la muerte en tres tipos. En un primer lugar, describió la ansiedad ante el destino y la muerte. (“Ansiedad de muerte”). En segundo lugar, ubicó a la ansiedad ante el vacío y la pérdida de sentido. (“Ansiedad del sinsentido”). Por último, estableció la ansiedad ante la culpa y la condenación. (“Ansiedad de condenación”).

 

Nuestra cultura lleva intentando vivir de espaldas a la muerte ya demasiado tiempo y esto nos ha privado de desarrollar las herramientas internas para afrontar una de las experiencias más importantes de un ser humano: el morir y la muerte.

 

Dice Irvin D. Yalom en su libro Mirar al sol: «El sol y la muerte, dos cosas que no se pueden mirar de frente»; sin embargo, cada primero de noviembre tenemos esta oportunidad de mirar de frente a la muerte, aunque sea brevemente. Y después miremos dentro de nosotros mismos lo que su presencia nos provoca ¡Ojalá descubramos el mensaje que nos trae a cada uno!

 

El vivir lo relacionamos en muchas ocasiones con un camino. Lo que nos mantiene en camino es el sentido. Si nos falta, no importa cuánto camino nos quede por recorrer, éste se hace muy difícil de transitar y a veces a desear esa temida muerte. La muerte, su mera existencia, nos puede ayudar a amar más la vida y nos reta a que nuestras vidas tengan sentido y al final podamos unir nuestra palabra a la del poeta y decir: «Confieso que he vivido».

 

Las cifras de muertos son hoy el pan de cada día de las noticias de la pandemia. No permitamos que esto nos hunda en la desesperanza, sino que nos comprometa con la vida, la propia, la de los otros y otras, la de todos. Y así, al final, todo habrá tenido sentido. Y la vida, no la muerte, seguirá siendo lo importante. Y el primero de noviembre será un memorial por la vida (no por la muerte) de los que hemos querido.

domingo, mayo 17, 2020

That's How I Got To Memphis

Para llegar ... es el amor que mueve
That's How I Got To Memphis
If you love somebody enough
you'll follow wherever they go
That's how I got to Memphis
that's how I got to Memphis
If you love somebody enough
you'll go where your heart wants to go
That's how I got to Memphis
that's how I got to Memphis
I know if you'd seen her you'd tell me cause you are my friend
I've got to find her and find out the trouble she's in
And if you tell me she's not here
you can follow the trail of my tears
That's how I got to Memphis
yeah that's how I got to Memphis
she get mad and she used to say
she'd come back to Memphis some day
that's how I got to Memphis
I haven't eaten a bite
or slept for three days and nights
that's how I got to Memphis
I've got to find her and tell her that I love her so
And I'll never rest till I find out why she had to go
So thank you for your precious time forgive me if I start to cry
That's how I got to Memphis yeah
that's how I got to Memphis
That's how I got to Memphis don't you know I got to Memphis
That's how I got to Memphis that's how I got to Memphis
That's how I got to Memphis
Thank you for your precious time
Forvive me if I start to cryin'
That's how I got to Memphis
That's how I got to Memphis

https://youtu.be/b7oPm-FQsj4https://youtu.be/b7oPm-FQsj4

¿La salud de quien estamos defendiendo? Desigualdades sociales y sanitarias en tiempo de pandemia


www.asociacionbioetica.com/blog/la-salud-de-quien-estamos-defendiendo-desigualdades-sociales-y-sanitarias-en-tiempo-de-pandemia

jueves, mayo 14, 2020

UNA MIRADA AL COVID DESDE LA ESPIRITUALIDAD



UNA MIRADA AL COVID DESDE LA ESPIRITUALIDAD
Dr. Julio Gómez
Grupo Espiritualidad SECPAL
Paliativista H. San Juan de Dios Santurtzi

“Tuvimos la experiencia, pero perdimos el sentido.” (T.S. Elliot)

Ya ha terminado abril y las declaraciones oficiales nos hacen vislumbrar que aún nos queda mucho por vivir hasta que recuperemos eso que llamábamos “normalidad”.

A todos nos ha cambiado la vida. Sin embargo, para muchas personas (hoy, 2 de mayo, ya hay identificados 216.582 casos en toda España y han fallecido 25.100 personas por las cuales podemos estimar unas 100.000 en duelo) este tiempo ha supuesto un impacto especialmente importante en sus vidas. Se han visto abocados a experimentar la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y el duelo por sus seres queridos. Y todo ello en unas condiciones que podríamos decir que traumáticas. Por otro lado, hay otras personas, para las que no hay aún cifras, que han sido victimas colaterales de la pandemia: las personas con enfermedades avanzadas. Todo esto, seguro, supondrá otro tipo de oleada del COVID que nos colocará en atender las secuelas de la pandemia.

Quienes trabajamos en el ámbito sanitario tampoco hemos quedado al margen de esta experiencia. La hemos vivido de un modo que podríamos decir “total”. Pues la hemos afrontado en proximidad a todas esas personas contagiadas, en nosotros mismos, en nuestras familias y en nuestros compañeros. Además, la hemos vivido experimentando en muchos momentos las limitaciones personales y estructurales para poder desarrollar nuestra labor. Hemos vivido en muchas situaciones las limitaciones que la realidad imponía enfrentadas con nuestras más arraigadas convicciones sobre el modo humano de cuidar a las personas enfermas y dolientes. Como antes decía pensando en la población general, también las personas que trabajamos en el ámbito sanitario vamos a necesitar apoyo para gestionar las secuelas de la pandemia en nosotros mismos.

En cuidados paliativos hemos afirmado la importancia de la dimensión espiritual en el cuidado de las personas. ¿Cómo nos puede ayudar en este momento esta mirada espiritual? ¿Puede el abordaje de lo espiritual en todos los que hemos vivido esta experiencia contribuir a que no perdamos el sentido?
En una de las primeras Guías de Acompañamiento Espiritual que desarrolló el Grupo de espiritualidad de SECPAL se decía que “por espiritualidad entendemos la aspiración profunda e íntima del ser humano a una visión de la vida y la realidad que integre, conecte, trascienda y de sentido a la existencia.”
Este itinerario espiritual que permite el afrontamiento del sufrimiento ha sido descrito por diferentes autores y en todos ellos descubrimos unas características:
-        Se trata de un proceso de evolución y cambio caracterizado por el crecimiento personal a través de fases de sufrimiento y distrés.
-        Se llega a un momento de agotamiento y renuncia a mantener el control.  Es el momento de la aceptación de la realidad, del abandono y de la entrega.
-        Y al final se alcanza la comprensión de la experiencia y la construcción de una nueva identidad.
De modo esquemático el itinerario discurre desde el “caos” a la “aceptación” y de ahí a la “transcendencia”.
Este itinerario que parte de esa aspiración humana de dar un significado y sentido a la existencia y que el sufrimiento, el dolor, la muerte han trastocado y nos deja en ese “caos” que se refleja en las preguntas del por qué y para qué y que tantos dolientes en diferentes momentos de nuestro vivir nos hemos hecho y nos haremos.
La experiencia del COVID sin duda nos ha sumido a todos en una forma de ese “caos” y en medio de él hemos luchado por no sucumbir al sufrimiento de las personas y al nuestro. Este nos pone ante el primer paso del camino. Recocer la realidad que estamos viviendo, reconocer nuestro propio dolor y las heridas que nos hemos hecho. Permitirnos sentir. Reconocer estas emociones como propias. El miedo. La tristeza. El enfado.
En el caso de los profesionales es incluso más importante poder hacer este reconocimiento: “soy un profesional y también tengo emociones”.
Para poder hacer esto necesitamos un lugar seguro en donde todo esto pueda aflorar sin que se nos juzgue por ello. Este lugar seguro tal vez lo podamos encontrar en un amigo, en un profesional. En cualquier caso reconocer el caos es el punto de partida. Y adentrarse en él, es el camino para sanar. Y poder llegar a “aceptar” la realidad.
Esta es hoy mi (nuestra) realidad.  Nos toca vivirla. Y aunque a veces parece que lo inunda todo y que no hay nada más, somos mucho más que esta realidad. Nuestra vida es mucho más que lo que hoy estamos experimentando.
Es hora de reconocer cómo esta realidad impacta o ha impactado en nuestra conciencia, en nuestro proyecto vital y también reconocer el conjunto de realidades que dan contexto a nuestra vida: nuestra familia y nuestros seres queridos, lo que es importante para nosotros, aquello a lo que damos valor y ha dado y da sentido a nuestra vida.
Es el momento de mirar no sólo la amenaza que vivimos sino también los recursos que tenemos para afrontarla.
Aquí tienen sentido preguntas por nuestra identidad. ¿Quién soy? Y ¿Quién quiero ser? Y desde dónde la definimos. Desde mi o desde lo que otros esperan de mí. Desde lo que hago o desde lo que soy.
Si seguimos por este camino nos iremos acercando a poder “aceptar” esta realidad. A ir dejando el “caos” para abrirnos a un nuevo momento.
La “aceptación” que proviene de ese camino de adaptación. Donde acepto que no puedo controlarlo todo. Donde acepto que la vida no la domino. Y que muchas de las cosas que me ha tocado vivir quedaban fuera de mi control. Que si de mi hubiese dependido lo hubiera hecho distinto. Que la vida de los que son importantes para mi, aquellos a quienes amo, no depende de mi.
Esta aceptación nos coloca ante el reto de la esperanza. Y también nos confronta con su reverso, cuando nos hacemos conscientes de que lo que se fue no volverá. Sin embargo es oportuno preguntarnos ¿Qué es lo opuesto a la esperanza?.
De un lado tenemos la idea de “desesperación” que nos quita la energía y la vitalidad y nos sumerge en un estado de apatía. Por otro la “desesperanza” que también se opone a la apatía y que aunque estamos convencidos de que aquello que esperamos no se podrá alcanzar, seguimos en posesión de la energía y vitalidad para mirar al futuro, buscar soluciones o nuevos objetivos con los que conectarnos.
Y es que mientras hay esperanza hay espacio para un futuro diferente del esperado inicialmente. Mientras hay esperanza hay vida.
Podría parecer que llegados a este punto de la aceptación ya hemos acabado nuestro viaje sin embargo aun nos queda el camino para construir ese futuro diferente al esperado. A este itinerario le llamamos “transcendencia”.
Sin embargo. ¿Qué es la transcedencia? O de un modo más operativo ¿qué es transcender? Voy a recurrir a Víctor Frankl para aproximarme a esta definición.
“Cuando nos enfrentamos a un destino que no podemos cambiar, estamos llamados a dar lo mejor de nosotros mismos, elevándonos por encima de nosotros mismos y creciendo más allá de nosotros mismos; es decir a través de la transformación de nosotros mismos.”
Es posible que desde nuestro momento actual más cercano todavía al caos que a la aceptación oír hablar de transcendencia nos quede muy lejos y puede que creamos que no podemos llegar y sin embargo muchos hemos sido testigos de experiencias similares en las personas que hemos acompañado y que como tantas veces hemos afirmado han sido nuestros maestros. Hemos visto reconciliaciones imposibles. Hemos visto morir en paz tras vidas de una gran lucha. Hemos visto expresiones de amor en medio del sufrimiento.
En medio de estas experiencias el caos vivido a encontrado sentido y ha sido transcendido.
La pandemia ha evolucionado. Se habla de fases de desescalada. De “nueva normalidad”. Pero corremos el riesgo del que nos alertaba T.S. Elliot. “Tuvimos la experiencia, pero perdimos el sentido.” Nuestras ganas de dejar atrás lo vivido pueden encontrar una salida en falso de este viaje que iniciamos. Y al final perder la oportunidad de aprender, de crecer, de transformarnos y así transformar nuestra sociedad y nuestro mundo.
Y descubrir que lo importante no era hacer sino ser. No era trabajar sino vivir. Que la clave no era la autosuficiencia sino la interdependencia. Que no se trataba de sobrevivir sino de vivir. Que el objetivo no era alargar la vida sino ensancharla. Que lo que nos une a todos los seres humanos es la vulnerabilidad. Y que este reconocimiento hace posible una humanidad compartida. Y el cuidar. Cuidarnos unos a otros, a nosotros mismos y a esta tierra que habitamos. Cuidar es el principal compromiso humano.
Ojalá, que en las lecturas que hagamos de lo vivido, no nos olvidemos de la dimensión espiritual. Sólo así podremos superar algunas de las secuelas que tendremos que atender y prevenir futuras crisis desde su raíz.
Quienes nos dedicamos a los cuidados paliativos hemos sido los que más hemos reivindicado esta dimensión en la atención de las personas. Y ahora estamos llamados a no olvidar este análisis. A no perder la oportunidad que la vida nos ofrece de ahondar en la búsqueda de sentido y poder concluir la estrofa del poema de T.S. Elliot:
“Tuvimos la experiencia, pero perdimos el sentido. Y acercarse al sentido se restaura la experiencia “.



sábado, abril 04, 2020

VENCER AL CORONAVIRUS

VENCER AL CORONAVIRUS
Desde el inicio de la Pandemia se asumió el lenguaje de la guerra como la manera de aproximarnos a la experiencia colectiva de vivir esta amenaza invisible.
Comenzamos a hablar de la lucha contra el Coronavirus, de que se trata de una guerra, de los que están en la primera línea... y por tanto de cómo vencer al coronavirus. Este lenguaje guerrero no es ajeno a otros ámbitos de la medicina como lo es, por ejemplo, la "lucha" contra el cáncer, en el que no es extraño oír que tal venció la enfermedad o cual fue vencido por la enfermedad.
Yo me pregunto: ¿qué es vencer al Coronavirus?
Seguramente no hay una única respuesta y ésta depende también del momento en que nos la hacemos y de la perspectiva que tomamos: global o individual, sanitaria o social.
Con esta premisa me atrevo a proponer tres claves que marcan un itinerario para vivir la pandemia y son un reflejo de esa ansiada victoria: resistir con esperanza, luchar unidos y renacer transformados.
RESISTIR CON ESPERANZA
En estos días de confinamiento se ha puesto nuevamente de moda aquella vieja canción del Dúo Dinámico: Resistiré. La oímos desde los balcones y en los medios de comunicación. En ella alimentamos una conciencia colectiva de resistencia frente a la crisis que estamos viviendo.
Sin embargo los días pasan y pesan. Y la resistencia se ve amenazada por el miedo que, el bombardeo de cifras e imágenes de la batalla, instala en nuestro cerebro. Necesitamos algo más fuerte que el miedo para seguir en pie. Para no sucumbir a la tentación de tirar la toalla o de entregarnos a un desordenado estado de tristeza ante la presencia del mal con forma de virus.
“Sólo hay algo más fuerte que el miedo – como dice el presidente Snow a Seneca en la película Los juegos del hambre – la esperanza”.
Mantener viva la esperanza es la manera de resistir sin sucumbir al miedo o la tristeza. La esperanza hace sufrible el sufrimiento que el día a día a veces nos impone. La esperanza en que todo este tiempo de crisis pasará. Necesitamos desterrar de nuestro vocabulario y a veces de nuestros oídos y ojos aquello que sabemos que mina nuestra esperanza. No se trata ya de aferrarnos al clásico “mientras hay vida hay esperanza” sino de darle la vuelta. “Mientras hay esperanza hay vida”.
Y al mismo tiempo necesitamos ser el eco de esa esperanza para quienes hoy no son capaces de encontrarla. La esperanza es la gran tarea que nos toca a todos y todas sea cual sea el lugar en que nos ha tocado luchar en esta batalla. Ya sea en el supermercado, en el camión, en el hospital o en la casa.
Esta esperanza es ya un signo de victoria en medio del caos.
LUCHAR UNIDOS
Uno de los lugares en los que podemos alimentar la esperanza es la relación.
Y si la relación se cultiva desde la empatía con los que tengo cerca o lejos, desde su aceptación aunque sean de ideas o credos distintos al mío y desde la autenticidad de todos y todas, sin pretender ser quien no somos. Entonces la relación se convierte en encuentro.
Un encuentro interpersonal en el que nos reconocemos humanos, vulnerables, compartiendo una historia, con momentos de dolor y momentos de una gran alegría.
Un encuentro repetido cada día desde los balcones en donde nos sentimos parte de una gran comunidad que afronta una misma crisis.
No nos podemos permitir, que las pequeñas luchas de nuestros egos rompan esa unidad que sostiene nuestra esperanza. Todo eso da alas al virus. Y le da la victoria. No podemos permitirnos que quienes tienen que liderar esta lucha fomenten la desunión buscando sus intereses.
Es la hora del “todos juntos”. Juntos aunque sea aislados. Juntos aunque sea duro. Juntos para llorar y para reír. Juntos para sostenernos mutuamente en una lucha larga en la cual TODOS y TODAS somos importantes y necesarios.
Cuando mantenemos nuestra unidad fundada en unas relaciones que nos recuerdan nuestra humanidad compartida y elegimos luchar unidos ya estamos venciendo al Coronavirus.
RENACER TRANSFORMADOS
Como en toda lucha hay heridos y hay víctimas. La cifra de las personas muertas aumenta cada día y vemos conmovidos las imágenes del dolor de sus seres queridos. Es tan fácil identificarnos con ellos. Somos tan vulnerables como ellos. Nos duele ese dolor. Todo esto puede alimentar la sensación de impotencia y anclarnos en el dolor.  Y como en el duelo sentir que no hay salida.
Sin embargo, si ponemos la mirada más allá de las heridas y nos miramos personal y socialmente con un foco más amplio, podemos llegar a descubrir que somos mucho más que nuestras heridas. Somos mucho más que nuestro sufrimiento personal y social. Y empezamos a descubrir en los gestos de solidaridad que surgen espontáneamente de tantas personas anónimas el germen de una sociedad nueva.
Así este camino va provocando en cada uno de nosotros un proceso de transformación. Colocados ante el dolor y la impotencia, somos retados personal y socialmente a ir más allá de nosotros mismos. Y descubrir de lo que somos capaces cuando pensábamos que no había salida. Saca lo mejor de cada uno de nosotros y de nuestra sociedad. Nos pone a las puertas de un renacimiento personal y social. Reafirma algunos de los valores que nos sostienen y recoloca otros en el sitio que deben de ocupar.
Cuando todo pase no seremos los mismos y nuestra sociedad no será la misma. Pero la tarea no habrá terminado ahí. Será la hora del sentido. El momento de encontrar el sentido a todo lo vivido. Al dolor, a las heridas, a los descubrimientos y aprendizajes hechos. Nos lo debemos a nosotros mismos y se lo debemos a los que más han sufrido. Así y sólo así renaceremos como sociedad. Y habremos vencido definitivamente este virus.
Nos habremos dado cuenta de que después de todo no se trataba de luchar sino de cuidar. No se trataba de guerras sino de cuidados. Cuidarnos. Cuidar a los otros. Cuidar nuestro mundo. Porque siempre podemos cuidar. Y ya no seremos una sociedad de guerras sino una sociedad que cuida.

Julio Gómez Cañedo
Médico Cuidados Paliativos
Hospital San Juan de Dios Santurtzi

viernes, marzo 20, 2020

LOS PROFESIONALES ANTE EL DOLOR EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

Ayer una gran médico de atención primaria y buena amiga me compartía algunos de los sentimientos que toda esta situación le provocaba… 

“Y qué podemos hacer ahora con nuestros pacientes en situación de cuidados paliativos?
Ahora que no debemos visitarles, charlar, reír, llorar, darles la mano, un abrazo.......?
Sólo por teléfono.....
Y ellos y su familia lo aceptan y lo comprenden....
Soy yo la que lo llevo peor. 
Yo soy de tocar, mirar, escuchar, sentir.....
Y estos días (Y los que nos quedan) sólo vivo el aislamiento, la mascarilla, los guantes, el desinfectante.....47 consultas telefónicas diarias...”

… me quedé en silencio y no encontré las palabras.
Pasadas 24 horas y tras el descanso y tras mirarme un poco por dentro y reconocer mis propios sentimientos me atrevo a poner palabra:

Somos profesionales comprometidos e implicados y hacemos de la empatía una actitud básica en nuestra práctica médica y de la compasión un modo de ser profesionales. Desde aquí creo que  una parte de lo que podemos estar experimentando posiblemente tiene que ver con gestionar la impotencia, la limitación y la propia vulnerabilidad.

El "sólo por teléfono" es algo ENORME en un tiempo de crisis como el que estamos viviendo
Es la garantía de PRESENCIA, es la garantía de que NO SOY OLVIDADO/A
Es la experiencia de que SIGO SIENDO IMPORTANTE PARA ALGUIEN (Mi médica)

Somos de contacto, de abrazo, de beso, y hoy nos toca aprender a manejar otros recursos: el tono de la voz, los silencios, el tiempo...

Las personas enfermas y sus familias SABEN QUE SOMOS TAN HUMANOS COMO ELLOS y que compartimos la misma vulnerabilidad por eso se sienten agradecidos de que ahora "simplemente" les llamemos.
Ahora la pregunta es si NOSOTROS SABEMOS QUE SOMOS HUMANOS TAMBIEN y por tanto FRAGILES Y VULNERABLES.

Y si sabiéndolo, lo aceptamos y nos sentimos parte de esta HUMANIDAD COMPARTIDA

Son tiempos de crisis y como en todas, son tiempos de oportunidad: 
oportunidad para crecer en lo profundo, es decir en lo más humano que somos y 
oportunidad para re-descubrir aquello del "sanador herido" que con facilidad lo decimos pero que no sé si nos lo llegamos a creer o a vivir cuando nuestras heridas "ocultas" se desvelan.

Sólo hay algo más fuerte que el miedo… la ESPERANZA. 
No perdamos la esperanza.
Mientras hay esperanza hay vida.

¡Vivamos!

Gracias por ser como sois y quienes sois. Me siento privilegiado de compartir equipo con vosotras/os.
el 

VIVIR EN “ESTADO DE ALARMA” CÓMO CUIDARNOS PARA SEGUIR CUIDANDO

VIVIR EN “ESTADO DE ALARMA”

CÓMO CUIDARNOS PARA SEGUIR CUIDANDO

Van pasando los días, todavía son pocos, aunque parezcan más y aun nos quedan muchos por delante.

En el día a día en el hospital percibo junto a la profesionalidad y el compromiso el desgaste de todos los que trabajamos.

Percibo una actitud de superación personal, de responsabilidad con la sociedad en general y con las personas concretas que nos llegan en particular. Me siento afortunado de ser parte del grupo de trabajadores y trabajadoras que cada día hacemos posible que este hospital sirva a la comunidad.

En cuidados paliativos hablamos mucho del acompañamiento en el sufrimiento de las personas que atendemos y de las estrategias para que ese sufrimiento no nos lastime y podamos seguir cuidando.

Hoy percibo también ese “malestar” (en algunos libros lo llaman distrés) - de un modo más o menos manifiesto - en quienes trabajamos en este “estado de alarma” por todo lo que añade a la práctica sanitaria habitual.

Y me pregunto cómo podemos hacer para cuidarnos.

Hoy escribo estas líneas con el deseo de que nos ayuden a todos a cuidarnos para seguir cuidando.

La experiencia de sufrimiento que nos toca afrontar

Definimos el sufrimiento como

El estado específico de distrés que se produce cuando la integridad de la persona se ve amenazada o rota, y se mantiene hasta que la amenaza desaparece o la integridad es restaurada.

(Cassel E. «The nature of suffering and the goals of medicine». The New England Journal of Medicine (1982), n.º 306, p. 639-645)

Y este estado de distrés se produce en el espacio que hay entre la amenaza percibida y los recursos de que disponemos para afrontarla.

Hasta hace muy poco el trabajo nos mantenía en un estado de alerta para el que cada uno habíamos desarrollado nuestras estrategias de afrontamiento. Éramos conscientes de la amenaza y teníamos los recursos para afrontarla.

Este estado de alerta nos permitía protegernos en el trabajo y al mismo tiempo no hacer daño a los que cuidábamos. Conscientes de los riesgos, la formación recibida en técnicas y habilidades nos era suficiente para su gestión. El miedo de los primeros años cuando nos enfrentábamos a atender a una persona ya pasó y las incertidumbres de entonces habían sido vencidas por las certezas que da la experiencia profesional que vamos acumulando.

Además al terminar nuestro turno salimos del trabajo a la “seguridad” del hogar en donde nos podíamos permitir bajar las defensas, relajarnos y compartir las vivencias de unos y otros con nuestras familias, nuestros amigos, practicar aquello que a cada uno nos ayudaba a relajarnos y disfrutar del tiempo ya sea en compañía o en soledad: un paseo, hacer deporte, un libro o ir al cine,…

Sin embargo y como si hubiese ocurrido repentinamente, la vida que conocíamos ha cambiado tanto en nuestro espacio laboral como en el personal.

El decreto de “estado de alarma” nos ha puesto a todos frente a una amenaza difusa, indefinida y sobre la que no tenemos demasiadas certezas, que no sólo amenaza nuestra integridad también la de los que son importantes para nosotros. De repente los cuidadores somos mas conscientes de nuestra propia vulnerabilidad. Hasta hay compañeros directa o indirectamente afectados. Y el miedo vuelve a aparecer. Son mas las incertidumbres que las certezas. Es una enfermedad poco conocida y de riesgos inciertos. Una enfermedad que a día de hoy no tiene tratamiento ni vacuna. Una enfermedad que para algunos grupos presenta una alta mortalidad.  Y los medios de comunicación machaconamente nos actualizan al minuto los infectados y los muertos. La percepción de amenaza es creciente.

Y por otro lado nos sentimos sin preparación para ella. ¡Nadie nos preparó para algo como esto! (nos parece un mal sueño o una película de catástrofes).
Nos parece carecer de los recursos para afrontarla. Las medidas de protección y los protocolos que se envían son cambiantes. Nadie estaba preparado y el material escasea. Nos pueden surgir dudas hasta sobre aquello que sabíamos sobre autoprotección y autocuidado. Buscamos seguridades en un contexto de incertidumbres.

Y cuando salimos a la calle y nos dirigimos a casa el ambiente nos recuerda que no podemos bajar la guardia, que “ahí fuera” también habita la amenaza. Calles medio vacías y con control policial. Colas en las tiendas. Distancia de seguridad. Miradas entre viandantes que se cruzan con cierta desconfianza.

Y al llegar a nuestro lugar seguro, nuestra casa otra vez a lavarnos… tenemos miedo de llevar la enfermedad a los nuestros, sobretodo si son frágiles y vulnerables y cuesta mucho quitarse la armadura defensiva. Y nos preguntan: “¿qué tal está la “cosa” ?, ¿qué seria bueno para limpiar esto o aquello? Y no siempre tenemos respuestas seguras. Y no sabemos si oír las noticias para mantenernos informados o mejor no, porque se parecen más a un parte de guerra.

De este modo el espacio entre la amenaza y nuestros recursos se nos hace excesivamente grande y nuestro distrés se puede multiplicar provocando en cada uno un malestar que necesitamos poder gestionar porque la vida sigue:

·      Nuevas personas enfermas entran a cada rato por la puerta del hospital esperando recibir ayuda para su propio sufrimiento. ¿Cómo atender con los mismos o parecidos recursos un servicio de urgencias al que acudirán personas con necesidad de ser aisladas?
·      Las personas que están ingresadas y que sabemos de su especial vulnerabilidad y de los que nos sentimos responsables. ¿Cómo cuidar de todas ellas y protegerles de esta amenaza?
·      Nuestras familias al llegar a nuestros hogares: parejas, hijos, hijas… nuestros propios padres y madres muchos de ellos también especialmente vulnerables. ¿Cómo cuidarles, ayudarles y protegerles?

La vida sigue y nuestro compromiso con la vida continua.

¿Cómo hacer?
¿Cómo afrontar tanta demanda que nos viene de fuera?
¿Cómo gestionar nuestro miedo?
¿Cómo manejar la incertidumbre?
¿Cómo potenciar nuestros recursos personales para todo esto?
¿Cómo hacer para seguir viviendo y no sólo sobreviviendo?
¿Cómo cuidarme? ¿Cómo cuidarnos entre nosotros y nosotras?

Gestión del malestar.

1.    Acepta tu límite y tu vulnerabilidad

En el trabajo ordinario la percepción de control ante las situaciones que se nos presentan nos permite soportar las dificultades.

Hemos vivido con una cierta sensación de invulnerabilidad y de que tenemos un sistema con recursos casi ilimitados – no como en otros lugares del mundo. Esto nos aportaba una protección adicional a la hora de afrontar nuestro trabajo cotidiano.

La realidad es otra. Si algo ha provocado en el personal sanitario la a aparición del COVID 19 es la toma de conciencia de la propia vulnerabilidad y de los límites tanto personales como del sistema sanitario.

Y nos resistimos a aceptar que somos vulnerables y limitados. En esa resistencia gastamos mucha de nuestra energía y aumenta nuestro sufrimiento.

Necesitamos reconocer los límites: no podemos ayudar a todos, no podemos “salvar” a todos. Necesitamos reconocer que somos vulnerables y compartimos la misma vulnerabilidad que las personas a las que cuidamos. Cuando aceptamos esta parte de nuestra realidad y dejamos de consumir energía en resistirnos, empezamos a poder ir más allá de ella y centrarnos en la tarea de cuidar cuidándonos. Podemos empezar a mirarnos compasivamente.




2.    Mírate con compasión

Para muchas personas que trabajamos en profesiones cuidadoras no nos es difícil mirar y actuar compasivamente con aquellas personas a nuestro cargo, sin embargo, no siempre nos miramos y cuidamos con la misma compasión.

Nuestro cansancio, nuestra experiencia de límite, nuestra debilidad también forma parte de nosotros. Somos una totalidad con partes sanas y con heridas.

Nos merecemos ser felices, sentirnos bien. Merecemos ser cuidados – también por nosotros mismos – con cuidado y delicadeza.

Esto implica dedicarnos nuestro tiempo. Prestar atención a lo que en nosotros se mueve.

3.    Escucha tu interior (algunos lo llaman “intuición”)

En tiempos de crisis si aparcamos el ruido externo que nos satura (hoy los medios de comunicación son una fuente constante de “ruido” que potencia el estado de alarma en cada uno) entonces, podemos acercarnos con mayor lucidez a lo que se mueve dentro de nosotros. A descubrir lo que necesitamos y lo que podemos aportar.

4.    Valida tus emociones

Probablemente se presenten múltiples emociones en estos días: miedo, tristeza, enfado que no siempre aceptamos o sabemos manejar. Por un lado aceptar que el hecho de ser profesionales no nos inmuniza de sentir emociones y que éstas no son buenas o malas. Simplemente son.

Tengo mi derecho a sentir cualquiera de ellas y no se trata de desgastarme en el esfuerzo por no sentir sino en encontrar el cauce por el cual puedan ser expresadas, compartidas y acogidas con paz, sin dejar que crezcan, hasta un punto en que afloren al exterior distorsionadas en forma de trastornos de ansiedad, depresión o agresividad.

El primer paso para ello es validarlas. Reconocerlas, darnos permiso para sentir y no permitir que la culpa se abra paso o su represión las convierta en algo patológico.

Existen técnicas de autorregulación emocional que pueden ser de ayuda en estos casos y que puede ser útil ejercitar:
o   La botella medio vacía también está medio llena. No fijes la mirada sólo en lo que falta.
o   Evita usar adjetivos desmedidos a la hora de calificar la situación: es horrible, terrible, durísima, … pues aumenta la intensidad de la emoción. Intenta usar comentarios más ajustados al momento (no se trata de ocultar la situación sino de calificarla en su medida)
o   Evitar el catastrofismo. Esa capacidad de anticipar lo peor.
o   Evitar generalizar las situaciones: siempre, nunca, nada, jamás, imposible. Este tipo de expresiones llevan a la impotencia y la parálisis y no a la búsqueda de soluciones

5.    Cultiva tus fuentes de energía interior

En la medida que nos vamos conociendo a nosotros mismos vamos siendo más conscientes de aquellos elementos de nuestra vida que nos cargan de energía, que nos reponen las fuerzas: pueden ser lugares, personas o prácticas. El “acudir” a estos lugares, personas o prácticas de un modo frecuente será una garantía de no quedar exhaustos en tiempo de gran consumo de energía.

Cierto es que la situación de confinamiento que vivimos puede dificultar el “acudir” a esos lugares, personas o prácticas. Es tiempo de agudizar el ingenio para poder realizarlo de formas alternativas y/o virtuales. Podemos repasar fotografías de los lugares de otro tiempo en el que estuvimos o ver fotos por internet. Una llamada o videollamada con esa persona que me carga de energía. Habilitar un espacio en casa para el ejercicio, el yoga, la oración… aquella práctica que más me nutre.

6.    Vive conectado a la vida

Recibiendo cada día las cifras de fallecimientos y viendo cada día a personas que sufren puede ser muy difícil apartar la vista de la muerte. Puede provocar que estemos más en la muerte que en la vida. Es clave no perder de vista que la muerte sólo es una parte de la vida y que la vida abarca mucho más.

Necesitamos estar conectados con la vida que también nos rodea en forma de solidaridad, en forma de compañerismo, de humor, de amistad, … son tantas las expresiones que la vida toma en torno a nosotros. No nos ayuda dejarlas de lado en medio de esta crisis.

7.    Crea

Ante las dificultades que se ponen frente a nosotros, como seres humanos tenemos una cualidad fundamental para enfrentarlas: la creatividad. Descubrir las oportunidades en medio de la crisis. Con los restos de un naufragio se pueden hacer tantas cosas, desde una casa a un pequeño bote. Es el momento de mirar la realidad con creatividad. Un grupo de profesionales que se suman a la campaña #yomequedoencasa con un video musical improvisado. Unas enfermeras que mandan una foto divertida “enmascaradas”. Agradeciendo el agradecimiento de las 20:00 horas de los vecinos que salen a aplaudir, saliendo a aplaudirles a ellos.
Crear nos conecta con lo mejor de nosotros mismos.

8.    Conecta contigo, con los otros y lo que os envuelve: haz presencia

Cuando vivimos conectados con lo que nos pasa, con lo que les pasa a las personas que cuidamos y con el entorno que a ambos nos envuelve… estamos PRESENTES. La presencia nos mantiene anclados a la vida y no permite que el caos circundante nos arrastre y nos lleve sin control.

Necesitamos cultivar la presencia. Estar en lo que estamos en cada momento. Ni en lo que pasó ayer ni en lo que vendrá mañana. Estar en el aquí y en el ahora.

9.    Confía

Ahora que el miedo es una emoción muy generalizada podemos recordar que sólo hay algo más fuerte que el miedo: la ESPERANZA.

Decía Simone Weil que no tenemos derecho a perder la esperanza mientras haya tantos desesperanzados. Cultivemos la esperanza. No renunciemos a desear, a soñar, a esperar. No permitamos que este caos vírico nos quite más de lo que puede. No le demos ese poder al COVID 19.

Recordemos que “mientras hay esperanza hay vida”. Y ahí este virus no tiene nada que hacer. Juntos saldremos de todo esto.

10. Celebra

Celebrar nos hace más humanos pues potencia una de las dimensiones más humanas que pueden existir. No perdamos la ocasión de celebrar cada día las pequeñas cosas. Y las grandes.

Necesitamos celebrar allí donde estamos y con quienes compartimos el dolor y el compromiso con la vida. La celebración nos vincula y fortalece individual y colectivamente.

Toda esta crisis pasará. Seguro que nos quedarán algunas heridas y muchos aprendizajes. Pasará. Y será necesario que lo celebremos TODOS juntos. Que hagamos ofrenda de todo lo vivido. Que brindemos y bailemos. Que sea una celebración de VIDA y demos gracias por cada compañera y cada compañero. Por tantos que en otros lugares también habrán contribuido a que podamos celebrar.

Se que todo pasará y que lo pasaremos juntos.

Y se que esto nos hará mejores personas.

Gracias compañeros y compañeras por vuestra vida y vuestro trabajo.

Con todo mi cariño, vuestro compañero.

Julio

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