UNA MIRADA AL COVID DESDE LA ESPIRITUALIDAD
Dr. Julio Gómez
Grupo Espiritualidad SECPAL
Paliativista H. San Juan de Dios
Santurtzi
“Tuvimos la experiencia, pero perdimos el sentido.” (T.S. Elliot)
Ya ha terminado abril y las declaraciones oficiales nos
hacen vislumbrar que aún nos queda mucho por vivir hasta que recuperemos eso
que llamábamos “normalidad”.
A todos nos ha cambiado la vida. Sin embargo, para muchas
personas (hoy, 2 de mayo, ya hay identificados 216.582 casos en toda
España y han fallecido 25.100 personas por las cuales podemos estimar
unas 100.000 en duelo) este tiempo ha supuesto un impacto especialmente
importante en sus vidas. Se han visto abocados a experimentar la enfermedad, el
sufrimiento, la muerte y el duelo por sus seres queridos. Y todo ello en unas
condiciones que podríamos decir que traumáticas. Por otro lado, hay otras
personas, para las que no hay aún cifras, que han sido victimas colaterales de
la pandemia: las personas con enfermedades avanzadas. Todo esto, seguro,
supondrá otro tipo de oleada del COVID que nos colocará en atender las secuelas
de la pandemia.
Quienes trabajamos en el ámbito sanitario tampoco hemos
quedado al margen de esta experiencia. La hemos vivido de un modo que podríamos
decir “total”. Pues la hemos afrontado en proximidad a todas esas personas
contagiadas, en nosotros mismos, en nuestras familias y en nuestros compañeros.
Además, la hemos vivido experimentando en muchos momentos las limitaciones
personales y estructurales para poder desarrollar nuestra labor. Hemos vivido
en muchas situaciones las limitaciones que la realidad imponía enfrentadas con
nuestras más arraigadas convicciones sobre el modo humano de cuidar a las
personas enfermas y dolientes. Como antes decía pensando en la población
general, también las personas que trabajamos en el ámbito sanitario vamos a
necesitar apoyo para gestionar las secuelas de la pandemia en nosotros mismos.
En cuidados paliativos hemos afirmado la importancia de
la dimensión espiritual en el cuidado de las personas. ¿Cómo nos puede ayudar
en este momento esta mirada espiritual? ¿Puede el abordaje de lo espiritual en
todos los que hemos vivido esta experiencia contribuir a que no perdamos el
sentido?
En una de las primeras Guías de
Acompañamiento Espiritual que desarrolló el Grupo de espiritualidad de SECPAL
se decía que “por espiritualidad entendemos la aspiración profunda e íntima
del ser humano a una visión de la vida y la realidad que integre,
conecte, trascienda y de sentido a la existencia.”
Este itinerario espiritual que permite el afrontamiento
del sufrimiento ha sido descrito por diferentes autores y en todos ellos
descubrimos unas características:
-
Se trata de un proceso de
evolución y cambio caracterizado por el crecimiento personal a través de fases
de sufrimiento y distrés.
-
Se llega a un momento de
agotamiento y renuncia a mantener el control.
Es el momento de la aceptación de la realidad, del abandono y de la
entrega.
-
Y al final se alcanza la
comprensión de la experiencia y la construcción de una nueva identidad.
De modo esquemático el
itinerario discurre desde el “caos” a la “aceptación” y de ahí a
la “transcendencia”.
Este itinerario que parte de
esa aspiración humana de dar un significado y sentido a la existencia y que el
sufrimiento, el dolor, la muerte han trastocado y nos deja en ese “caos”
que se refleja en las preguntas del por qué y para qué y que tantos dolientes
en diferentes momentos de nuestro vivir nos hemos hecho y nos haremos.
La experiencia del COVID sin
duda nos ha sumido a todos en una forma de ese “caos” y en medio de él
hemos luchado por no sucumbir al sufrimiento de las personas y al nuestro. Este
nos pone ante el primer paso del camino. Recocer la realidad que estamos
viviendo, reconocer nuestro propio dolor y las heridas que nos hemos hecho.
Permitirnos sentir. Reconocer estas emociones como propias. El miedo. La
tristeza. El enfado.
En el caso de los profesionales
es incluso más importante poder hacer este reconocimiento: “soy un profesional y también tengo emociones”.
Para poder hacer esto
necesitamos un lugar seguro en donde todo esto pueda aflorar sin que se nos
juzgue por ello. Este lugar seguro tal vez lo podamos encontrar en un amigo, en
un profesional. En cualquier caso reconocer el caos es el punto de partida. Y
adentrarse en él, es el camino para sanar. Y poder llegar a “aceptar” la
realidad.
Esta es hoy mi (nuestra)
realidad. Nos toca vivirla. Y aunque a
veces parece que lo inunda todo y que no hay nada más, somos mucho más que esta
realidad. Nuestra vida es mucho más que lo que hoy estamos experimentando.
Es hora de reconocer cómo
esta realidad impacta o ha impactado en nuestra conciencia, en nuestro proyecto
vital y también reconocer el conjunto de realidades que dan contexto a nuestra
vida: nuestra familia y nuestros seres queridos, lo que es importante para
nosotros, aquello a lo que damos valor y ha dado y da sentido a nuestra vida.
Es el momento de mirar no
sólo la amenaza que vivimos sino también los recursos que tenemos para
afrontarla.
Aquí tienen sentido
preguntas por nuestra identidad. ¿Quién soy? Y ¿Quién quiero ser? Y desde dónde
la definimos. Desde mi o desde lo que otros esperan de mí. Desde lo que hago o
desde lo que soy.
Si seguimos por este camino
nos iremos acercando a poder “aceptar” esta realidad. A ir dejando el
“caos” para abrirnos a un nuevo momento.
La “aceptación” que
proviene de ese camino de adaptación. Donde acepto que no puedo controlarlo
todo. Donde acepto que la vida no la domino. Y que muchas de las cosas que me
ha tocado vivir quedaban fuera de mi control. Que si de mi hubiese dependido lo
hubiera hecho distinto. Que la vida de los que son importantes para mi, aquellos
a quienes amo, no depende de mi.
Esta aceptación nos coloca
ante el reto de la esperanza. Y también nos confronta con su reverso, cuando
nos hacemos conscientes de que lo que se fue no volverá. Sin embargo es
oportuno preguntarnos ¿Qué es lo opuesto a la esperanza?.
De un lado tenemos la idea
de “desesperación” que nos quita la energía y la vitalidad y nos sumerge
en un estado de apatía. Por otro la “desesperanza” que también se opone
a la apatía y que aunque estamos convencidos de que aquello que esperamos no se
podrá alcanzar, seguimos en posesión de la energía y vitalidad para mirar al
futuro, buscar soluciones o nuevos objetivos con los que conectarnos.
Y es que mientras hay
esperanza hay espacio para un futuro diferente del esperado inicialmente.
Mientras hay esperanza hay vida.
Podría parecer que llegados
a este punto de la aceptación ya hemos acabado nuestro viaje sin embargo aun
nos queda el camino para construir ese futuro diferente al esperado. A este
itinerario le llamamos “transcendencia”.
Sin embargo. ¿Qué es la transcedencia?
O de un modo más operativo ¿qué es transcender? Voy a recurrir a Víctor
Frankl para aproximarme a esta definición.
“Cuando nos enfrentamos a un destino que no
podemos cambiar, estamos llamados a dar lo mejor de nosotros mismos, elevándonos
por encima de nosotros mismos y creciendo más allá de nosotros mismos; es decir
a través de la transformación de nosotros mismos.”
Es posible que desde nuestro momento actual más cercano todavía al caos
que a la aceptación oír hablar de transcendencia nos quede muy
lejos y puede que creamos que no podemos llegar y sin embargo muchos hemos sido
testigos de experiencias similares en las personas que hemos acompañado y que
como tantas veces hemos afirmado han sido nuestros maestros. Hemos visto
reconciliaciones imposibles. Hemos visto morir en paz tras vidas de una gran
lucha. Hemos visto expresiones de amor en medio del sufrimiento.
En medio de estas experiencias el caos vivido a encontrado sentido y
ha sido transcendido.
La pandemia ha evolucionado. Se habla de fases de desescalada. De
“nueva normalidad”. Pero corremos el riesgo del que nos alertaba T.S. Elliot. “Tuvimos la experiencia, pero perdimos
el sentido.” Nuestras
ganas de dejar atrás lo vivido pueden encontrar una salida en falso de este
viaje que iniciamos. Y al final perder la oportunidad de aprender, de crecer,
de transformarnos y así transformar nuestra sociedad y nuestro mundo.
Y descubrir que lo importante no era hacer sino ser. No era trabajar
sino vivir. Que la clave no era la autosuficiencia sino la interdependencia.
Que no se trataba de sobrevivir sino de vivir. Que el objetivo no era alargar
la vida sino ensancharla. Que lo que nos une a todos los seres humanos es la
vulnerabilidad. Y que este reconocimiento hace posible una humanidad
compartida. Y el cuidar. Cuidarnos unos a otros, a nosotros mismos y a esta
tierra que habitamos. Cuidar es el principal compromiso humano.
Ojalá, que en las lecturas que hagamos de lo vivido, no nos
olvidemos de la dimensión espiritual. Sólo así podremos superar algunas
de las secuelas que tendremos que atender y prevenir futuras crisis desde su
raíz.
Quienes nos dedicamos a los cuidados paliativos hemos sido los que más
hemos reivindicado esta dimensión en la atención de las personas. Y ahora
estamos llamados a no olvidar este análisis. A no perder la oportunidad que la
vida nos ofrece de ahondar en la búsqueda de sentido y poder concluir la
estrofa del poema de T.S. Elliot:
“Tuvimos la experiencia, pero perdimos el sentido. Y
acercarse al sentido se restaura la experiencia “.
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