sábado, noviembre 07, 2020

HISTORIAS DE DESPEDIDAS. DANDO VIDA A LA MUERTE

ALBA PAYAS Y JULIO GOMEZ 

Festival Dando Vida a la Muerte.

Compartimos vida y experiencia en nuestras historias de despedidas

CUIDAR


CUIDAR AL CUIDADOR

Con motivo del día internacional de los cuidadores...

¿MIEDO A LA MUERTE?

 

¿Miedo a la muerte?

 

Estos días en que en todos nuestros pueblos y comunidades recordamos a nuestros seres queridos muertos son probablemente el único momento del año en el que hablamos de la muerte y la tenemos presente. Son estos días también la única ocasión en que muchos de nosotros vamos a los cementerios a recordar a esos seres queridos; paradójicamente, se da la circunstancia este año de que no podremos acudir a varios de ellos debido a las restricciones de movilidad derivadas de la pandemia de COVID-19. En nuestra sociedad, la muerte sigue siendo ese elefante en la habitación que todo el mundo percibe y nadie habla de él.

 

No perdamos la oportunidad que este tiempo nos brinda para mirarla de frente y superar el temor. Esto nos ayudará, seguro, a amar más la vida y a vivirla con más plenitud.

 

Este temor a la muerte tan universal presenta múltiples matices. Hablando con las personas que están en el final de su vida, en servicios de cuidados paliativos, y con sus seres queridos, nos damos cuenta de que hay que distinguir cuatro esferas diferentes que nos hablan de temores distintos. Unas en relación a la muerte como acontecimiento, como un hecho. Y otras con el morir como un proceso por el cual se llega a la muerte. De otro lado cuando se trata de la experiencia propia o de la de los demás.

 

Encontramos un primer temor en el concepto de la “muerte propia”, que enfrenta el temor a la soledad, a la cortedad de la vida y a algo nunca experimentado.

 

Cercano, pero distinto del anterior, se halla el “propio morir”, donde radica el miedo a sufrir dolor y otros síntomas, a la degeneración intelectual, a la pérdida del control y al dolor que sufrirán los que queremos en nuestra ausencia.

 

En tercer lugar, se puede citar la “muerte de los otros”, que nos confronta con el miedo a la pérdida de los íntimos, a no poder volver a comunicarnos con ellos y al sentimiento de soledad que nos queda.

 

El último de los temores relativos a la muerte radica en el “morir de los otros”, que nos pone ante al temor a ver su sufrimiento o a tener que estar ahí presentes.

 

Esta deconstrucción del miedo a la muerte nos puede ayudar a preguntarnos cuáles son nuestros auténticos temores. Sólo cuando los identificamos podemos desarrollar las estrategias para afrontarlos o acompañarlos en nosotros mismos y en los demás.

 

Aunque, tal vez sea necesario primero saber si es temor a la muerte o ansiedad ante ella. Indaguemos un poco más en esta disyuntiva.

 

El temor, el miedo, es una emoción humana, universal y que tiene un objeto específico que me provoca esta emoción y que puede ser conocido y analizado. Nos permite posicionarnos ante él y transcenderlo; ir más allá, cultivando el valor.

 

Sin embargo, la ansiedad no tiene un objeto definido o nace de su negación. Ante esta ansiedad nos sentimos impotentes y desvalidos, incapaces de afrontarla y en muchas ocasiones recurriendo a medicación.

 

El filósofo Paul Tillich clasificó esta ansiedad ante la muerte en tres tipos. En un primer lugar, describió la ansiedad ante el destino y la muerte. (“Ansiedad de muerte”). En segundo lugar, ubicó a la ansiedad ante el vacío y la pérdida de sentido. (“Ansiedad del sinsentido”). Por último, estableció la ansiedad ante la culpa y la condenación. (“Ansiedad de condenación”).

 

Nuestra cultura lleva intentando vivir de espaldas a la muerte ya demasiado tiempo y esto nos ha privado de desarrollar las herramientas internas para afrontar una de las experiencias más importantes de un ser humano: el morir y la muerte.

 

Dice Irvin D. Yalom en su libro Mirar al sol: «El sol y la muerte, dos cosas que no se pueden mirar de frente»; sin embargo, cada primero de noviembre tenemos esta oportunidad de mirar de frente a la muerte, aunque sea brevemente. Y después miremos dentro de nosotros mismos lo que su presencia nos provoca ¡Ojalá descubramos el mensaje que nos trae a cada uno!

 

El vivir lo relacionamos en muchas ocasiones con un camino. Lo que nos mantiene en camino es el sentido. Si nos falta, no importa cuánto camino nos quede por recorrer, éste se hace muy difícil de transitar y a veces a desear esa temida muerte. La muerte, su mera existencia, nos puede ayudar a amar más la vida y nos reta a que nuestras vidas tengan sentido y al final podamos unir nuestra palabra a la del poeta y decir: «Confieso que he vivido».

 

Las cifras de muertos son hoy el pan de cada día de las noticias de la pandemia. No permitamos que esto nos hunda en la desesperanza, sino que nos comprometa con la vida, la propia, la de los otros y otras, la de todos. Y así, al final, todo habrá tenido sentido. Y la vida, no la muerte, seguirá siendo lo importante. Y el primero de noviembre será un memorial por la vida (no por la muerte) de los que hemos querido.

AMAR HASTA QUE DUELA

  En memoria de la señora Luz María que me pagaba la consulta médica con 2 huevitos de gallina. Dar de lo que necesito. Dar sin medida, s...