martes, marzo 17, 2009

VIA LUCIS: RESUCITAR DESDE EL DUELO

Al duelo es un proceso por el cual hemos pasado o pasaremos todos. Es la experiencia de la pérdida. Es cuando algo o alguien a quien queremos lo perdemos para siempre. Empieza entonces un camino, un camino no siempre fácil por el cual el doliente aprende a seguir viviendo con la experiencia de la pérdida. Pero es imposible poner fin a un proceso de duelo que no se ha iniciado.

Lo primero es SENTIRSE AFECTADO. Y dejar todo cuanto pueda obstaculizar o reprimir el proceso. Dejarse afectar y atender a los propios sentimientos. Sin embargo muchas veces intentamos huir de esta experiencia, intentamos hacer como si no hubiera ocurrido, intentamos decir y decirnos “estoy bien”, “no pasa nada”… y digo intentamos porque es imposible que más tarde o más temprano tengamos que enfrentarnos a la realidad y las propias vivencias.

El duelo no se puede “superar”, hay que “elaborarlo”. Este elaborar incluye:

Un modo de abordar el dolor por la pérdida.
La manera de hacer frente a la vida cotidiana.
Los pasos necesarios para favorecer el proceso del doliente.
La evolución que tiene lugar en el proceso la tienen que hacer “el afectado y su entorno”.

El duelo es un trabajo interior (del alma y de la psique) que repercute en nuestro PENSAR, SENTIR, ACTUAR y en nuestro organismo. Dice Jorgos Canacakis: “las lágrimas no lloradas vagan por el cuerpo”.
Nuestra alma puede llevar a cabo por sí misma este proceso sino se lo impedimos; muchas veces lo que nos pasa es que nos da miedo. Cuántas veces he oído la expresión: “No voy a poder con esto!”. TODOS tenemos capacidad de duelo, pero está oculta por tabúes, miedos, actividad, conciencia de deber, ausencia de silencio… …al redescubrir esta capacidad se efectúa un “avance en madurez”.

¿Qué metas tiene este trabajo de duelo?

En última instancia será alcanzar de nuevo la IDENTIDAD con uno mismo, rota por la experiencia de la pérdida.

La aceptación de lo sucedido.
La negación es una forma de protección que el doliente parece necesitar - todavía – en ese momento. La meta por tanto será asumir lo sucedido y la nueva realidad.
Desencadenar el duelo, en lugar de eliminarlo.
No se trata de estar menos triste. Se trata de vivirlo y madurar.
Vivir el propio duelo.
Se trata de reconocer los sentimientos. A veces pueden resultarnos tabúes, como si no fueran adecuados en el duelo. Unas veces porque el doliente tras la muerte de un allegado se presenta en una fiesta puede oír: “¡No estará tan triste! Y en sentido contrario, cuando la opinión general es que el tiempo de duelo ha concluido, ante la tristeza o emoción del doliente, éste tendrá que oír que “eso se tiene que ir acabando poco a poco”, pues “la vida sigue” y “hay que pensar en otras cosas”…
La meta del trabajo de duelo es vivir lo que se experimenta y “vivir” el propio duelo.
Desprenderse del pasado.
El pasado está acabado. La pérdida no ha de ser la que marque siempre el tono del presente.
Asumir el legado
Pues por otro lado toda persona deja en su vida algo que hay que asumir, se recibe algo, precisamente cuanto más fuerte es el vínculo de amor que le une. En el trabajo de duelo es cuestión de reconocer el legado “anímico – espiritual” del difunto y sentir tanto lo positivo como lo negativo.
Re-activar las propias fuerzas.
El difunto se ha apropiado de algo de la vida del que sobrevive. Se trata de ir asumiendo poco a poco las fuerzas propias
Integración con final abierto.
No hace mucho oí esta frase: “Dejarlos marchar no es olvidarlos, ni siquiera se le parece”. En el trabajo de duelo se encuentra una promesa que se cumple con la integración:
“Todo volverá a ir bien, pero nunca será como antes”.

Si miramos al Evangelio podemos descubrir cómo tras la muerte de Jesús en la cruz se desencadena todo un proceso vital en aquellos más próximos a él, un “trabajo de duelo” que durará, “al menos”, hasta “Pentecostés”.

En este itinerario y a través de los distintos personajes que van apareciendo en la narración podemos reconocer algunas de nuestras propias vivencias y experiencias. Quisiera en estas líneas hacer con ellos y con vosotros ese camino y dibujar una especie de carta de navegación que la he llamado “Vía Lucis: Resucitar desde el duelo.”

AFRONTAR LA MUERTE

“Y ahora el sol va a levantarse radiante,
Como si la noche no hubiera traído ninguna desdicha”.
F. Rückert

“Y dicho esto expiró”

Lc. 23, 46
“y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" y, dicho esto, expiró.”

Jesús ha muerto. Sólo unos pocos quedan a su lado, sólo unos pocos han permanecido al pie de la cruz experimentando dolor, rabia, impotencia, tristeza, incomprensión,...
Ante sus ojos su hijo, su amigo, su hermano, su maestro ha muerto. Y no de cualquier manera, ellos han sido testigos de una agonía injusta, que no se merecía, que nadie merece...
En este momento la cabeza no funciona, las razones no sirven, es la hora del corazón, de las emociones, toda una vida pasa por su corazón en cuestión de segundos... y sólo hay una verdad que parece que no terminamos de creer: “Ha muerto”. Nos parece increíble aunque era anunciada,... ...¡ha muerto!.

Cuantas veces al recibir una noticia así nos quedamos perplejos, “no es posible” pensamos, “pero si yo, ayer...”

Recuerdo especialmente aquella madre que ante su hijo muerto en la habitación contigua negaba la realidad diciendo: “No es mi hijo. No esta muerto. No es posible”. Y aunque veía el cuerpo lo seguía repitiendo con enorme angustia.

Esta es la puerta de entrada a un camino nuevo y desconocido que dicen nos permitirá hacer una experiencia crecimiento, pero ante el cual sentimos miedo, inseguridad,... y nos sentimos a veces incapaces de transitarlo.
“La etapa de negación, que describen algunos autores, nos ayuda a sobrevivir a la pérdida. En ella el mundo se torna absurdo y opresivo. La vida no tiene sentido. Estamos conmocionados y negamos los hechos. Nos volvemos insensibles. Nos preguntamos cómo podemos seguir adelante, si podemos seguir adelante, por qué deberíamos seguir adelante. La negación nos ayuda a dosificar el dolor de la pérdida. Hay alivio en ella, es la forma que tiene la naturaleza de dejar entrar únicamente lo que somos capaces de soportar.”

Será un camino con curvas, subidas y bajadas, idas y venidas. En momentos lo recorremos solos, otras veces estaremos acompañados, aunque la experiencia será siempre única e intransferible, será nuestra experiencia, nuestro propio “Vía Lucis”, nuestro itinerario Pascual. Nuestro duelo.

DESPEDIRSE

“Cuando el duelo aparece,
las demás pasiones desaparecen.”

Robert Burton
Sepultura de Jesús.
(Mt. 27, 57 – 61 / Mc. 15, 42 – 47 / Lc. 23, 50 – 56 / Jn. 19, 38 – 42)

“Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado. Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo, Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.”
Todos los evangelistas se refieren a este momento... son relatos breves pero muy entrañables. Dar sepultura a Jesús es un acto de valentía, pocos se atreven a asumir esta tarea, y también de justicia, se merece descansar en paz. Es también un acto de compasión y misericordia para aquella madre que ha aguantado al pie de la cruz y que ya no tiene ni fuerzas para nada, y aún así saca fuerzas de flaqueza para acoger entre sus brazos el cuerpo sin vida de su hijo. Lo acoge en su regazo, seguramente como otras muchas veces lo había acogido cuando era un niño pequeño. ¡Cuántas veces hemos contemplado la imagen de La Piedad !.
José de Arimatea, un discípulo de los de la segunda fila, de esos que no dicen te seguiré a donde quiera que vayas, sin embargo supo estar hasta el final y asumir la tarea de cuidar el cuerpo de Jesús y consolar a su madre. Y acudió con “mirra y aloe”, es decir con bálsamos y aromas. No llevó rencor, ni odios, ni deudas pendientes... es todo un modelo de acercamiento a la muerte y a los dolientes. Con respeto, con pudor, con delicadeza, sin prisa, es un ritual y cada paso es importante.
Me puedo imaginar, sin duda, la paz y la seguridad que transmitió, en medio del dolor, a María, la madre de Jesús.
Finalmente una sábana y unas vendas limpias fueron la mortaja de Jesús y luego con cuidado colocaron el cuerpo en un sepulcro nuevo. “Y el sábado descansaron según el precepto”.

La primera tarea de este itinerario que acabamos de comenzar es DESPEDIRSE. En el encuentro con la muerte de nuestro ser querido, al acercarnos a su cuerpo muerto hacemos que esta despedida sea algo consciente. Ver, tocar el cuerpo desencadena el proceso de duelo... es todo un ritual con símbolos de despedida que se continúa con la ceremonia fúnebre, en la que la comunidad se reúne para despedirse, para re-cordar (interiorizar) la historia, lo vivido, lo compartido y luego le acompañamos hasta la tumba; es tiempo de perdón mutuo, de despedida, de bendición...
Esta primera tarea es muy importante, pues posiblemente de cómo se haga va a depender en buena medida el proceso de duelo posterior.

Cada símbolo, cada gesto son importantes. No debemos desaprovechar cada oportunidad de este momento inicial. Es momento de llevar “mirra y aloe”, de llevar los bálsamos que preparan la despedida. Bálsamos que envuelven la memoria agradecida por el tiempo compartido con nuestro ser querido. Bálsamos de reconocimiento a toda una historia. Bálsamos que dignifican el final de la vida. Bálsamos, que también llevamos los asistentes a la despedida. Los podemos llevar en forma de abrazo y mirada afectuosa para los dolientes. Bálsamos que transmiten un “no estáis solos”. “Queremos estar a vuestro lado”.Que dan contenido a la frase: “Os acompañamos en el sentimiento”.

AFRONTAR EL DUELO

“Nuestras almas, unidas en la Vida,
no podrán en la Muerte separarse!...”
F.Villaespesa.

El sepulcro vacío.
(Mt. 28, 1 – 8 / Mc.16, 1 – 8 / Lc. 24, 1 – 8 / Jn. 20, 1 – 10)

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa. (Jn. 20, 1 – 10)


Es la hora del desconcierto. Todos le buscan a Jesús y ya no está en el sepulcro. Están aturdidos todavía por los acontecimientos vividos. Quien hasta hace poco había sido su maestro, su referencia para vivir, ya no está… …ni siquiera en el sepulcro. Es hora de interrogantes, de dudas… …unos y otros van pasando por el sepulcro, pero no hay rastro del Maestro. No son capaces de comprender lo ocurrido. Sabían que ocurriría, incluso él mismo se lo había anunciado, pero ahora había llegado el momento y el desconcierto domina. Y otra imagen importante es que van llegando en diferentes momentos, pero todos acaban encontrando el sepulcro vacío. Cada uno tiene sus ritmos y sus tiempos.

Es lo que algunos llaman “el caos absolutamente normal del duelo”. Todo está trastornado. Se agolpan los sentimientos y no sabemos qué hacer con ellos. No sabemos afrontarlos… parece como si sufriéramos una regresión, a modos de respuesta más infantiles. No nos terminamos de creer lo ocurrido o pensamos que se hubiéramos hecho algo distinto, si hubiésemos actuado de otro modo, tal vez esto no hubiera ocurrido. En este punto es fundamental alejar el fantasma de la culpa. Profesionales y cualquier otro que esté cerca debemos evitar cualquier expresión que refuerce estos sentimientos, por otro lado normales.

Entre los dolientes, cada uno va reaccionando y recorriendo este camino de forma diversa, unos llegan antes y otros más tarde, esto es con frecuencia motivo de problemas en la comunicación. No hay prisa, ¡Calma!.

Los más íntimos a los dolientes, cuando no entienden bien lo que ocurre, el comportamiento extraño del doliente puede llegar a irritar, contribuyendo así a un mayor aislamiento del doliente.

Es fundamental mantener el contacto con los otros. Desde los encuentros más banales y cotidianos a los más íntimos y profundos. No podemos dejar sólo al doliente, el doliente no puede entregarse al remolino del aislamiento. Estar ocupado: esos “ámbitos de protección donde uno no queda abrumado por los sentimientos”. También ayudan los grupos de duelo o el acompañamiento más especializado. Los libros son para más adelante. Ayudarán más tarde.

Una situación especial la marcan los tiempos “especiales”.
El ocio normal. Lo que era habitual antes del fallecimiento ahora queda vacío. Esto exige de los que están en el entorno del doliente una gran empatía.
Las festividades en donde lo mejor será siempre afrontar la situación abiertamente.
Las conmemoraciones y aniversarios en donde posiblemente la mejor respuesta es celebrarlos y hacer memoria agradecida.

HAY QUE SEGUIR VIVIENDO

“Señor, enseñanos a contar nuestros días
para que lleguemos a tener un corazón sabio”.
Salmo 90, 12

Aparición a las santas mujeres. (Mt. 28, 9 – 10) María Magdalena (Mc. 16, 9 – 11)
Aparición a María Magdala. (Jn. 20, 11 – 18)

Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré." Jesús le dice: "María." Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuní" - que quiere decir: "Maestro" -. Dícele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios." Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

Los apóstoles no creen a las mujeres. (Lc. 24, 9 – 11)

Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían.

María estaba desconsolada. La pérdida es demasiado fuerte para ella. No puede soportarla y llora ante el sepulcro vacío. Llora su propio vacío. No sabe si será capaz de seguir viviendo. Es el propio maestro quien le invita a seguir viviendo.
Acude a los apóstoles, como acudieron aquellas mujeres… … y no encuentran el acompañamiento que reclaman. No entienden la experiencia que han vivido.

Cuando nos enfrentamos a la pérdida de un ser querido necesitamos aceptar que seguimos viviendo, que hay que seguir viviendo y que no es precisamente el difunto quien quiere que muramos.
Dichoso el doliente que en esos momentos tiene alguien a su alrededor capaz de trasmitirle de manera creíble lo importante que es para él que siga viviendo..
Es un tiempo de tristeza, que no de depresión (aunque a veces puede existir). En esta experiencia de tristeza algo se muere en nuestro interior y con el tiempo provocará en nosotros un cambio y un crecimiento.
En esta tarea de seguir viviendo quizás necesitemos decirnos conscientemente las razones por las que seguir viviendo.
Cuando sentimos que recaemos tenemos que ser conscientes que esos retrocesos pasarán.
Hemos de recuperar los rituales que hacen nuestro cada día, los contactos y las relaciones.
Sin embargo, a veces, el aislamiento es inevitable en el doliente. Lo vive con frecuencia como procedente del exterior: los contactos disminuyen, ya nadie se preocupa de uno, y cosas parecidas… a veces esto responde a la realidad, pero otras o al mismo tiempo, existe un componente interno: pues nadie puede entender cabalmente aquello por lo que uno pasa y nadie puede sustituir o hacer regresar a aquel o aquello que se echa de menos. Está predispuesto a los desengaños, porque las propias expectativas generadas a partir del pasado (que en el sentimiento sigue siendo muy presente) son tan elevadas que en el fondo nadie puede responder a ellas. Esta tendencia al retraimiento no es una tendencia erronea en el duelo, pero hay que dejar al menos una ventana abierta


DESASIMIENTO Y VINCULACION

“La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”
Cicerón (106 – 43 a.c.)

Pedro en el sepulcro. (Lc. 24, 12)

Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido.

A dos de ellos. (Mc. 16, 12 – 13). A los once. (Mc. 16, 14) Aparición a los apóstoles. (Lc. 24, 36 – 43) Apariciones a los discípulos. (Jn. 20, 19 – 28)

Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.
Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: "¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo." Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?" Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Pedro se acerca también al sepulcro. Necesita verificar, confirmar que el maestro ya no está. Es en esa experiencia, en la certeza de que se ha ido, desde donde aquellos hombres y mujeres abrumados por el dolor son capaces de establecer un nuevo vínculo con su maestro, un vínculo que se coloca en otro plano distinto. En la órbita del misterio. Y se encuentran con él en la comunidad, en el sepulcro, en el camino… allí descubren nuevos lugares para un encuentro distinto y nuevo.

A medida que el proceso de duelo va avanzando ya no sólo está el trabajo en desasirse del ser querido que ha muerto, sino descubrir y establecer con el tiempo otro tipo de vinculación. Es dar comienzo a una nueva forma de relación, una relación trascendente que necesariamente implica desasirse de la anterior. Cuando aceptamos lo irreparable del pasado surge en el interior un espacio libre. Implica abrirnos a una nueva percepción, como dice Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, “No se ve bien sino con el corazón”. No hace mucho en un encuentro de matrimonios una pareja contaba su experiencia de la pérdida de un hijo en accidente aéreo y evocaban la experiencia de la ausencia. Alguien cercano les dijo: “No te falta, sino que te lo han cambiado de lugar”
Para esa nueva vinculación con el difunto necesitamos dar un lugar o distintos lugares, allí donde podemos estar con él o con ella y donde poder comunicarnos. Cuando encontramos esos lugares, otros quedan libres seguir viviendo, para deshacernos de las cosas. Aunque necesita tiempo. Hay que tomarse el tiempo. Despedirse no es un acto único. Son muchas pequeñas despedidas. Una nueva vinculación requiere “cultivo de la relación”.


ENCONTRAR UN NUEVO EQUILIBRIO

“Comprenderás entonces,
merced a estos signos misteriosos,
que una vez más el amor ha vencido a la muerte.”
Amado Nervo.

Aparición en Galilea y misión universal. (Mt. 28, 16 – 20) Envío (Mc.16, 15 – 18) Ultimas instrucciones a los apóstoles. (Lc. 24, 44 – 49

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo".

En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán". Después les dijo: "Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. "Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto."


La ascensión. (Lc. 24, 50 – 53)

Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios

Salen (Mc. 16, 19 – 20)

Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Acuden a la cita para encontrarse con su maestro. Ahora es distinto, ya llevan algún tiempo de encuentros, pero este encuentro marcará una diferencia fundamental. Jesús se va definitivamente al Padre. A partir de ahora los encuentros adquirirán una forma distinta. Cada vez que partan el pan harán memoria de El. Por fin han encontrado un nuevo equilibrio en sus vidas. Han asumido tareas y funciones que antes eran del maestro. Ellos siguen viviendo. Han reflexionado sobre el pasado, han asumido que todo esto tenía que suceder. Y con ese impulso salen y algunos escriben, y lo que escribieron como cauce para expresar tanta vida y tantos sentimientos, para “terminar” una etapa, llega a nosotros en forma de Evangelio. Y seguimos viviendo haciendo memoria, memoria activa y presente en la historia.

Y es que cuando estamos en duelo necesitamos despedirnos, pero no sólo de la persona querida, sino de muchas pequeñas cosas y tareas que antes eran realizadas por nuestro ser querido. Necesitamos identificarlas y asumirlas o darles salida por otros medios o personas. Necesitamos conforme va pasando el tiempo reflexionar sobre la vida y lo vivido. Asumir los sentimientos y pensamientos, las culpas, los enfados, las alegrías, el gozo compartido. Abrir los ojos a los sentimientos… y a veces escribir nos ayuda a todo ello. Y así poco a poco “terminar”.

Todavía falta tiempo hasta Pentecostés.

No está todo hecho, a aquel pequeño grupo le tocaría esperar algún tiempo aún, para concluir su trabajo de duelo. Tiempo de cotidianidad. Donde aún surgen sentimientos que no se terminan de dominar. Pero un tiempo de crecimiento. En donde lo aprendido durante el trabajo de duelo les lleva a la vida. A una nueva forma de sabiduría. Se va gestando en el interior una fuente de energía que no se agota, que será impulso para el resto de la vida. El amor es más fuerte que la muerte y la memoria de ese Amor entregado es alimento en cada paso del camino…


En la foto de al lado aparece la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, ubicada en lo alto de una peña que se adentra en el mar. Fue tomada por el nieto de una paciente atendida por nuestro servicio de atención domiciliaria cuando fueron a llevar sus cenizas, cumpliendo así uno de los últimos deseos de ella: “Ir a San Juan de Gaztelugatxe”. Fue una reunión familiar de sus 11 hijos, con todos los nietos. Fue, nos contaron, un momento importante. Fue un último adios y a la vez un impulso para seguir viviendo.















BIBLIOGRAFIA.

Para esta reflexión me he servido de tres libros fundamentalmente, a cuya lectura animo a todos aquellos que deseen profundizar en este tema:

“Todo volverá a ir bien pero nunca será como antes. El acompañamiento en el duelo” Jochen Jülicher. Sal Térrae 2004
Sobre el duelo y el dolor. Elisabeth Kübler – Ross. Luciérnaga 2006.
La pérdida de un ser querido. El duelo y el luto. Marcos Gómez Sancho. Aran 2004


Dr. Julio Gómez
Equipo Atención Domiciliaria Cuidados Paliativos
Hospital San Juan de Dios, Santurce

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